lunes, abril 02, 2007





Nattino, Parada y Guerrero


Del libro, Poesía en Luto, 2004
Publicado en agosto de 2006



Cae la tarde mestiza de otoños e inviernos
Una mulata oscura llamada noche se adueña de la angustia.
Tres tristes tréboles y su cuarta hoja escarlata, se elevan hacia la tierra, vuelven
Hacia el útero primario, el claustro callado de la humanidad.

En el reloj negro de la desgracia sonó la hora
Una campana de hielo oscura y filosa va aserrando el hueso tierno
La sangre dormida, la carne exhausta.

Jamás el acero tuvo tan triste destino. Tan abyecta misión.

Tres tristes tigres traicionados,
Tres hombres, tercer mes, tres tráqueas trituradas.
Tres amapolas raptadas por el invierno perenne

Tres hombres y en ellos todos los hombres.
Tres hermanos y en ellos toda la sangre reunida.
Tres líneas insignificantes ante tanto dolor.

El momento toma un respiro...Y desgarrado en su propio frío lapso
deja que los perros muerdan.
Ni toda la locura del mundo acumulada en una empuñadura les da valor para
Rasgar la vestidura de frente, a los ojos, a la cara.

Entonces...

La lengua verde del viento gime a través del ramaje enlutado por la noche.
Las hojas miran hacia el suelo, las raíces hacia el cielo.
Una luz negra de muerte quema el entorno.
Una tribu de truenos por latidos, prepara la hoguera fluvial de la sangre.
Un panal de nubes se frota insistente.

El sable heredado, el cuchillo escondido bajo la manga, relincha como el caballo sin riendas de la ambición.

Comienza la carnicería. La dicotomía. La disección. La matanza.
Comienza el sacrificio. La aberración. La infamia.

La hiedra verde comienza a devorar tres ababoles dormidos.

Y rebanan tres vidas, tres hombres, tres trabajadores.
Les abrieron la garganta, en un ritual digno de lo que son.
La sangre busca las raíces, las flores dormidas sobre las piedras.

Más que abrir una garganta, abrieron una puerta, por donde entrar a la historia.

Una ventana por donde mirar el verdadero color de la muerte.
Marcaron nuevamente la senda por donde pasó el obrero desterrado.

(Y aquí las palabras se vuelven uñas, dientes, desgarros, puntapiés, lágrimas, rencor e impotencia, las palabras se hacen triviales, no sirven sino para atar esa gran carga
Inmensa de dolor.)

Y como parto de fantasmas, como beso de chispas.
Como desamparo de plaza. Como lamento de violín.
Como despedida eterna.
Se nos van de las manos tres pájaros hacia el cielo.

Aunque haya caído el último grano de arena en el reloj de la historia:
Se repetirán vuestros nombres.

Un Guerrero muerto enseña su última sonrisa.
Una Parada hacia la eternidad.
Una noche de adiós llamada Nattino.

La cabeza de un hongo venenoso ríe a lo lejos
Su carcajada gastada, más parece un eructo del infierno.

Recostados en un lecho bóreo de piedras, flores, ramas y pájaros
Los encontraron.
Y comienza la historia, esa historia que no se olvida, que sigue y se repite.
No fueron los primeros, no serán los últimos.